jueves, 26 de junio de 2008

Adiós, China, adiós.

China, país extraño que te haces un hueco entre occidentales en la ranking mundial a golpe de hoz y martillo. China, te dejo y no quiero que me mires con esos implorosos ojos rasgados haciéndome dudar. Ya he aprendido como eres, ya he aprendido a amarte tal y como eres.

Ya no me río cuando hacen ruido al comer, ni me extraño por costumbres, olores o sabores. A veces me pone triste saberme inmune a las numerosas pagodas que desde montes cercanos a ciudades saludan desde las alturas o a la rara costumbre de limpiar enérgicamente con té cada una de las tacitas y platitos de los restaurantes (o cacharritos, como los llama mi jefe). Me pone triste que ya no me sorprendas, pero a la vez me haces sentir más tranquila y a gusto en el país que me acogió por cuarenta días y...como dice Sabina, quinientas noches. Ahora paseo por tus calles sin ver los escupitajos del suelo ni el atestado tráfico de tus ciudades, si no llenando mis pulmones del aroma de pastelerías y floristerías que veo al pasar.

Lena me ha comentado que le han ofrecido un puesto maravilloso en el Consulado de Méjico que no puede rechazar, y me alegro muchísimo por ella. Pero egoístamente pienso en lo que significa para mí: ya no volveré a trabajar con ella. Me despido con un caluroso abrazo y numerosos besos, ya que es la única oriental con la que puedo hacerlo (los demás se ponen rojos como un tomate) y me regala a modo de adiós un CD de un cantante autóctono, llamado Yangkun. Un poco almibarado, pero se deja escuchar. Nos prometemos volver a vernos en mi próximo viaje a China, allá por noviembre. La echaré mucho de menos.
Mi marcha se vuelve agridulce. Me siento contenta porque vuelvo al encuentro de mi marido, familia y amigos. Pero mientras un chófer me lleva hacia el aeropuerto zigzagueando entre las balsas de agua de la autopista fruto de las inundaciones, mi mirada se detiene en sus gentes, sus arrozales y su cielo nacarado. Tengo un nudo en el estómago.

Antes de llegar aquí traté de prepararme sicológicamente para que mi estancia fuera lo más satisfactoria posible. Sabía que mis altibajos emocionales me la podían jugar (según mi jefe soy un poco inestable, que delicia de hombre...), pero quería probarme a mí misma que podía hacerlo. De modo que respiré hondo y acepté la oferta. Pero en ningún momento se me ocurrió pensar que también es necesario prepararte para la vuelta al mundo occidental, a la realidad ordinaria de un mundo despejado de suciedad y que ahora se me antojaba anodino y excesivamente...normal. ¿A quién se le podía ocurrir la necesidad de preparación para volver a tu casa?

China se ha convertido en mi segunda casa, con sus aspectos buenos y malos. Con sus ínfulas de gran país y con su humildad cotidiana. La tendré en mi corazón junto con toda la gente maravillosa que he conocido y que me ha ayudado a entenderla y a superar la ardua tarea de luchar día a día con ellos mismos. He dejado de verla con la condescendencia de los ojos occidentales, he dejado de compararla con ningún país: China es China.
Imágenes: English.cri, picasaweb,

2 comentarios:

ROSA E OLIVIER dijo...

"eres como la noche, callada y constelada."...!?...

Saluto mille!

songsforthedeaf dijo...

q envidia! yo tb quiero ir a china